viernes, marzo 30, 2012

Matterhorn

Entonces, de repente, todo era justo igual que en el jazz: sucedió en un loco segundo o así: miré hacia arriba y vi a Japhy corriendo montaña abajo; daba saltos tremendos de cinco metros, corría, brincaba, aterrizaba con gran habilidad sobre los tacones de sus botas, lanzaba entonces otro largo y enloquecido alarido mientras bajaba por las laderas del mundo, y en ese súbito relámpago comprendí que es imposible caerse de una montaña, idiota de mí, y lanzando un alarido me puse en pie de repente y empecé a
correr montaña abajo detrás de él dando también unos pasos enormes, saltando y
corriendo fantásticamente como él, y en cinco minutos más o menos, Japhy Ryder y yo
(con mis playeras, clavando los tacones de las playeras en la arena, en las piedras, en las rocas, sin preocuparme dado lo ansioso que me sentía por bajar de allí) bajamos y gritamos como cabras montesas o, como yo digo, igual que lunáticos chinos de hace mil años, de tal manera que pusimos los pelos de punta al meditabundo Morley, que seguía junto al lago y que dijo que levantó la vista y nos vio volando montaña abajo y no podía creer lo que le decían sus ojos. De hecho, en uno de mis mayores saltos y más feroces alaridos de alegría, llegué volando justo hasta la orilla del lago y clavé los tacones de mis playeras en el barro y me quedé sentado allí, encantado de la vida. Japhy ya se estaba quitando las botas y sacando de su interior arena y guijarros. Era maravilloso. Me quité las playeras y saqué de ellas un par de cubos de polvo de lava, y dije:
¡Ah, Japhy, me has enseñado la última lección de todas: uno no puede caerse de una
montaña!
-Eso es lo que quiere decir el dicho: "Cuando llegues a la cima de una montaña, sigue subiendo, Smith."



Jack Kerouac "Los vagabundos del dharma"